
En esta dirección, intentamos situar un modelo del conocimiento que responda a lo que nosotros creemos, es y debería ser el progreso de la arqueología. En primer lugar, se deben limitar las temáticas de la investigación a realizar a un problema en específico, que debe surgir acorde al interés personal, y/o disciplinario. En este sentido, estas problemáticas refieren inexorablemente a la formación del investigador, en cuanto implica un aparataje de supuestos tanto teóricos, como metodológicos.
De esta manera, una forma de entender esto es introduciendo la idea de contexto de descubrimiento y el rol central que la noción de paradigma[1] -como articulador- tiene dentro de las comunidades científicas. Con esta idea, siguiendo a Kuhn, el paradigma en un contexto de ciencia normal determina:
Lo que se debe observar y escrutar
El tipo de interrogantes que se supone hay que formular para hallar respuestas en relación al objetivo
Cómo tales interrogantes deben estructurarse
Cómo deben interpretarse los resultados de la investigación científica
Por consiguiente, el paradigma puede ser entendido como un fijador de límites, aquella barrera epistemológica que sitúa la labor científica dentro de interrogantes y métodos determinados; posibilitando una confluencia de sentido entre las diferentes comunidades científicas.
Ya expuesta la noción de paradigma, debemos necesariamente situar esta idea en el centro de lo que se plantea como “contexto de descubrimiento”, el cual se puede plantear metafóricamente como el “plano cartesiano” en el que surgen las ideas, las preguntas e hipótesis que el investigador se propone abordar. Siguiendo con esta idea, hemos dimensionado dos ejes que intersectan en este flujo de vectores: la lógica interna y la externa, en las cuales se enmarca la reflexión científica.
Con la primera entendemos aquellos factores propios de un Programa de Investigación Científica[2] o conjunto de reglas metodológico-teóricas, que explican ciertos problemas y delimitan el campo de acción de cierto programa. Por otra parte, la lógica externa hace alusión a los factores socio-culturales que determinan el quehacer científico. En este sentido, la gran diferencia entre el concepto de paradigma y el programa de investigación científica es que el segundo atiende sólo a las necesidades de sí mismo, mientras el paradigma se desenvuelve casi como cosmovisión. En este punto es que Lakatos[3] entiende la ciencia como una sucesión y perfeccionamiento de programas de investigación y no como cambios bruscos a partir de crisis paradigmáticas. Creemos que no debemos remitir nuestra discusión a las propuestas de Kuhn, puesto que el Programa de Investigación Científica de Lakatos obedece a un perfeccionamiento constante de las teorías y lo que ellas pueden abarcar, generando, introduciendo y rechazando hipótesis a un Núcleo Fuerte de pensamiento científico. Es decir, abogamos por una constante complejización teórica más que por nacimientos y ocasos de paradigmas.
Así, entendemos que el proceder y la misma reflexión arqueológica, están limitados a un campo de “instrucciones” o guías de acción para la práctica científica, comúnmente asimiladas, pero éstas no se reducen a un ir y venir de visiones unívocas sobre las distintas problemáticas en un marco temporal restringido, sino más bien en una especie de acumulación y conservación de lo ya problematizado por otros, pero con ansias, eso sí, de ir progresivamente complementando, con ideas nuevas, el conocimiento que sirvió de pie inicial. Creemos que es así cómo funciona la arqueología, pues la disciplina involucra constantemente una mirada al pasado, con el propósito de mejorar y eventualmente, producir y proyectar un nuevo conocimiento, pero teniendo en cuenta siempre, que se trata de un conocimiento renovado.
En este sentido, estos objetivos más abstractos se tratan a nivel más concreto, en la práctica arqueológica, mediante las distintas pautas metodológicas o procedimientos que permiten al investigador comunicarse con el nivel más básico de su praxis: los restos materiales. Aquí, en este punto, la arqueología da un giro que se aleja cada vez más de la ciencia positiva y se aproxima al carácter heurístico de las ciencias sociales. Con esto queremos introducir la distinción entre dato e información; considerando el primero como una representación simbólica o atributo de algo, mientras que lo segundo supone una interpretación de por medio, o sea, una asociación lógicamente establecida por el arqueólogo con otros elementos. De esta forma, el poder de la interpretación en arqueología se hace eminente como herramienta central para llegar a comprender –aunque sea parcialmente- formas de vida de otros tiempos y de otros espacios. Por consiguiente, la metodología nos remite a una justificación de nuestro potencial conocimiento, en términos de demostrar que tal interpretación posee una lógica consistente sustentada en la información obtenida del dato. Esto quiere decir, en primer lugar, que consideramos que el conocimiento arqueológico sí puede ser justificado y aquí los principales factores que entran en juego son el correcto uso metodológico del dato, la validez de las preguntas y cómo estas se sustentan en la teoría que ya hemos planteado en términos acumulativos. Por tanto, parte esencial de lo que consideramos arqueología es un constante remitir a ciencias que, desde sus perspectivas propias, pueden entregar herramientas de tipo interpretativo, factual o metodológico para el desenvolvimiento del arqueólogo.
Hasta aquí hemos sistematizado ciertas ideas sobre la arqueología y su quehacer, sin embargo, no hemos profundizado en lo que respecta a la metodología propiamente tal. Creemos que detallar en estas fases sistematizadas del operar arqueológico, sería remitir a un conocimiento muy efímero de lo que HOY sabemos acerca del método. Señalamos, sin embargo, que estas fases de análisis e interpretación del dato, siguen una lógica, científicamente programada. Empero, consideramos que la empresa misma del trabajo arqueológico es altamente susceptible a innovaciones metodológicas por parte del investigador. La creatividad metodológica, creemos, es uno de los rasgos esenciales de la praxis en arqueología y nos remite nuevamente a la propuesta dinámica de Lakatos.
Por otro lado, retomando otra línea de reflexión, la producción del conocimiento y sus modelos de aprehensión y validación no son en absoluto dependientes del contexto socio-histórico del cual emergen: si bien planteamos una visión lakatiana en lo concerniente a la puesta en disputa de programas de investigación rivales –con un criterio de integración empírica como demarcador-, existe una dimensión crítica que vincula la praxis arqueológica con su contexto social a nivel político esencialmente. Con esto, apuntamos a que tal o cual programa de Investigación funcionan en un mundo donde la ciencia obedece a poderes que escapan de su supuesta neutralidad. Por Ejemplo, Bourdieu[4] habla de campo científico al referir a las competencias por acumulación de capital simbólico entre los científicos, los cuales en búsqueda del monopolio del conocimiento protegen sus parcelas, posiciones y acceso dentro de diversas instituciones. En el fondo, la ciencia puede ser objetiva, pero los científicos no dejan de ser humanos.
Asimismo, al responder la arqueología a instituciones de cualquiera índole (ministerios, universidades, ONG’s ) se ve supeditada a los requerimientos de éstas. Los cuales no sólo refieren a determinadas exigencias vinculadas a un uso eficiente de los recursos entregados, sino más bien, entienden que la generación de conocimiento se víncula a la legitimación de determinadas posiciones dentro de sistemas sociales mayores, desde la ideología estatal a la vinculación norte-sur en el sistema-mundo[5] de Wallerstein. Ejemplo de esta situación es que en la actualidad en Chile el camino más recurrente para financiar la investigación es la obtención de un FONDECYT dependiente de CONICYT, mecanismo estatal que administra fondos para la investigación científica general, la cual además de estar fuertemente institucionalizada pretende generar vínculos con la sociedad en términos de aportes tecnológicos y/o de difusión-educación sobre la valoración del pasado indígena a nivel regional a lo largo de Chile, esto principalmente en forma de museos, los cuales funcionan como dispositivo clave de la labor arqueológicaa. Esto último es, claramente, el caso de nuestra disciplina y el conocimiento, difusión y valoración de este pasado se vincula con la ideología estatal de generar identidad con el lugar en el cual se vive, estar dispuesto a trabajar por él, preservarlo e incluso llegar a defenderlo. Dicha valoración del pasado en términos de apropiación estatal no es un fenómeno nuevo o exclusivo a la modernidad, sin embargo, adquiere proporciones especiales en este periodo debido a que en conjunto con un sistema económico capitalista tardío proporcionan el campo suficiente para convertir al pasado arqueológico en una fuente altamente dinámica de identidades étnicas mediatizadas por mecanismos de difusión cada vez más mercantilizados, en donde una adscripción cultural se genera más por lo tangible, lo consumible antes que por un verdadero arraigo a determinadas prácticas, cosmovisiones, etc. Esto quiere decir que, gracias a este fenómeno las identidades son algo cada vez más negociable tanto en un plano político como en una dimensión económica, y el arqueólogo como principal observador y constructor del pasado prehistórico, posee un papel crucial en estos mecanismos, por consiguiente debe ser honesto y claro de sus intenciones ya no sólo a un nivel de objetividad científica, sino que de subjetividades políticas. Tal es el caso de los arqueólogos sociales latinoamericanos, quienes en los setenta comprendieron esta situación, y desde un bagaje teórico materialista intentaron subvertir, con distintos resultados, hegemonías neocolonialistas en América Latina baja la perspectiva de una incorporación efectiva de la historia en la prehistoria de los pueblos americanos. Este tema, sin embargo, es discusión de una próxima entrada…
[1] Paradigma entendido como "una completa constelación de creencias, valores y técnicas, etc. compartidas por los miembros de una determinada comunidad” (Kuhn, 1993).
[2] “Según mi metodología los más grandes descubrimientos científicos son programas de investigación que pueden evaluarse en términos de problemáticas progresivas y estancadas; las revoluciones científicas consisten en que un programa de investigación reemplaza a otro (superándolo de modo progresivo)” (Lakatos 1987:25).
[4] Ver http://es.wikipedia.org/wiki/Bourdieu
[5] Ver http://es.wikipedia.org/wiki/Immanuel_Wallerstein
Referencias bibliográficas utilizadas y recomendadas
BOURDIEU. P. 1997. Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción, Barcelona. Anagrama.
KUHN. T.S. 1993.“La estructura de las revoluciones científicas”. Santiago, Chile: Fondo de Cultura Económica.
LAKATOS. I. 1987. “Historia de la ciencia y sus reconstrucciones racionales”. Madrid. Tecnos.
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